jueves, 13 de agosto de 2009

Geo... Catcher

Si buscan en Google la palabra “Geocatching” encontraran que se trata de un grupo de cibernautas amantes de sus GPS (¿gepeeses? ¿Así se dice?) con mucho tiempo libre. Se dedican a buscar y esconder “tesoros” en cualquier lugar del mundo. Guardan algo en un frasquito y ponen las coordenadas en internet, generalmente dotan a la actividad de aun más emoción al dar la localización en forma de acertijo. Emocionante.
Geocatching es “La búsqueda del tesoro”. Y yo quizá no hubiera sabido nunca de estas rarezas humanas de no ser por mi amigo Pablo. No puedo culparlo, lleva lo geek en la sangre. Su papá al parecer es de los más grandes geocatcheros de estos territorios. En fin, resulta que el bosque de Tlalpan es un lugar apto para esconder chingaderas y hay muchos tesoros que encontrar; hice un juramento de no revelar su localización exacta ya que los geocatchers se toman muy en serio todo esto, y si llegase a dar información podrían venir y desaparecerme; guardar mi cráneo dentro de un frasco y esconderlo por ahí para que luego otros vengan a encontrarlo. No kiddin’ ese.
Con un GPS a la mano y algunas instrucciones bastante ambiguas nos adentramos a caminar al bosque. Mi amigo se concentra más en el aparato que en el camino, no sería raro que cayera en un hoyo.
La cosa es así, llegas al lugar marcado, digamos una torre de luz y buscas ahí un mensaje, quizá grabado en el metal, que da las siguientes coordenadas. Y así puede seguir por horas y horas y kilómetros y kilómetros. Mi amigo lo encuentra fascinante.
-¿No es como ser espías de la guerra fría?- dice constantemente cada que nos topamos con otra pequeña pista.
Sí, no digo que no esté padre el concepto. Pero así como “ser espía de la guerra fría”… Nel, no creo. Aparte el sol esta a todo, el agua se acabó, llevamos caminando horas y los “tesoros” al final son botes con cosas que deja la gente: un tazo de Mucha Lucha (lo que siempre quise), un llaverito de Acapulco con forma de tortuga (¡Yey!), un sujeto inclusive dejó una piedra (¡¿?!). Pero bueno, se supone que no hay que llevarse nada, a menos que se intercambie por algo. El chiste de todo esto es la búsqueda y no el tesoro en sí. Aja, muy profundo y filosófico, pero por lo menos alguien debería dejar una lata de atún para hacer paro después de esa caminata.
De hecho no todos los tesoros apestan. En un catch (Sí, así se dice: “catch”) hay un carrito de fricción de Meteoro, o Speed racer para los pochos. Lo intercambiamos por una pluma chafa y me lo llevé en la bolsa, no es un intercambio justo, pero lo que importa es la búsqueda ¿No?
El último catch estaba encima de un árbol, y ese frasquito tenía muchos juguetes. De todos el mejor era un muñeco miniatura de linterna verde. Lo que no notamos es que en ese mismo árbol a unos cuantos centímetros había un panal de abejas. Pablo las advirtió primero y comenzó a pegarse con su gorra cuando lo atacaron. Yo ni había empezado a burlarme de él cuando una maldita fue directo a mi dedo gordo y me pico justo en la articulación. Tiré el estúpido frasquito en un acto reflejo y salí corriendo y azotándome porque el horrible zumbido no dejaba de seguirme por más que corría. Yo me hubiera ido pero el problema es que había que encontrar el frasco y ponerlo de vuelta en su lugar. Cosa complicada cuando cada que te acercas los zumbidos comienzan a perseguirte nuevamente.
Al final el Linterna Verde no valió lo suficiente como para justificar el dolor de mi dedo que cada vez parecía más sacado de una de esas manos de goma de los partidos de béisbol. Pero aquí viene el giro en la historia y lo que demuestra que dios no quita sin dar… O dios no da sin quitar… ¿Cómo es el dicho?
No hay mal que por bien no venga. Salimos del bosque cansados, hambrientos, frustrados y, por lo menos yo, con la sensación de haber sido golpeado en el dedo con un martillo. Y de la nada, ahí sobresaliendo en una bolsa de basura de una casa del vecindario…

Así es, un Halcón Milenario con casi todas sus piezas, en casi perfecto estado. Mejor que cualquier cosa que haya encontrado bajo el arbolito en mis navidades infantiles ¡Y está ahí junto con las bolsas de basura! Me abalancé sobre él y busque como perro callejero las piezas que faltaban. Sobra decir que no fui muy bien visto por la comunidad.
Ahora lo tengo en mi cuarto y no me canso de mirarlo y de jugar con él. Creo que al final la moraleja es simple: Para encontrar tesoros no necesitas un GPS, simplemente hay que escarbar en la basura de los vecinos.

4 comentarios:

Dr. Dulcamara dijo...

¡Por la lengua babosa de Jabba the Hutt! ¡Un Halcón Milenario Hasbro! Si esa no es la prueba de la existencia de Dios, no tengo idea de qué pueda ser.

Aunque la verdadera pregunta es... ¿Qué clase de monstruo desalmado tira un Halcón Milenario a la basura?

conigliett@ dijo...

woooow!!!

Kuroi Tsuki dijo...

No manches! no manches, no lo creo, el sueño de cualquiera en un monton de basura, tesacaste la loteria.

patrick dijo...

yo tmabien soy geek...