martes, 22 de diciembre de 2009

La calma después del vomito.

Bueno, esto lo hice el día de hoy. Ayer tuve verdaderamente el día más horrible y miserable de mi vida (o uno dentro del top 5).
Me despertaron las nauseas y lo primero que hice fue correr al escusado y vomitar, y sin ningún motivo, nada de alcohol, nada de drogas, nada de comer cosas que huelan a mierda, o comer en sitios que huelan a mierda. Nada de eso, no le presté mayor importancia, me enjuagué la boca y volví a acostarme.
Creo que pocas cosas pueden compararse a la sensación de alivio que viene después del vomito. Me encanta, no lo suficiente como para compensar todo lo horrible que viene durante la parte del vomito en sí, pero definitivamente es de las sensaciones más placenteras que se puedan tener: “la calma después del vomito” (Así debería titular este post).
Creo que pasaron unos veinte o treinta minutos antes de que empezara a respirar cada vez de forma más ruidosa y más agitada, y sintiera las nauseas venir nuevamente. Una vez que empiezas a sentir las piernas y los brazos fríos y hormigueantes sabes que ya te cargo el payaso. Otra vez. Salir de la cama corriendo a la tasa del baño. Otra vez. Y una más. Para la cuarta decidí que era mejor subir y caminar un poco, tal vez si me mantenía en moviemiento o me sentaba las nauseas no regresarían.
Equivocado nuevamente. Caminaba dando vueltas al comedor y primero venía el cosquilleo en las piernas. Ni siquiera podía estar quieto un segundo sin sentir el inminente vomito salpicando todo el lugar. Creo que la sensación de la nausea es de las peores, de las más angustiantes y es porque involucra a terceras partes. Encima de sentirte de la chingada tienes que tener la convicción de poder lograr salir del lugar sin salpicar a los presentes. Y mientras más lo pospone uno, menos son sus probabilidades de llegar al baño antes de vomitar en público. Traten de contener el vomito y las nauseas en un salón universitario, sabiendo que falta todavía una hora de clase por soportar ¡A eso llamo yo un infierno! Aguanté hasta el fin de la clase y para cuando regué el suelo con restos de espagueti ya sólo estaban el profesor y unos cuantos alumnos. En vez de tener a cincuenta y tantos testigos, sólo tuve a unos cinco o seis.
La quinta fue épica, hizo que empezaran a dolerme las costillas como si me acabaran de agarrar a batazos y mi tos fue tan escandalosa que el idiota perro snowser de mis vecinos empezó a ladrar. A partir de la sexta ya no había nada en mi estomago. Mi cuerpo ya no encontró más que tirar, ¿pero eso importó? NO ¡Que sufra! Que se retuerza solamente.
Ya saben, es mucho peor cuando no tienes nada que vomitar, es como un puñetazo en el estomago que te saca el aire. Y así fueron la séptima la octava y la novena. Cada una con intervalos de quince a treinta minutos. Para la décima ya hasta le había encontrado la gracia. No es que uno realmente pueda disfrutar de ese dolor, pero la sensación es única. Uno no puede alcanzar mayor respeto por la salud que cuando tose de esa manera con la cabeza en la tasa del baño. Un segundo y estas empapado de sudor y el hormigueo en las manos llega hasta a hacer ruido, por lo menos dentro de la cabeza. Y luego la paz nuevamente, por lo menos por 15 minutos.
La onceava tardó en llegar y debo decir que fue monumental, si había vecinos alrededor debieron estar pensando que el increíble Hulk estaba por salir de la ventana de ese baño. Si existiera algo así como el vomitómetro (dícese de un aparato que mida la intensidad del vomito) diría que ese alcanzó un nueve punto cinco en una escala del cero al diez. Como agarrarse a putazos con Mike Tyson. Eso me hizo pensar que era todo. “No puede haber más, es como el gran cierre, el espectáculo final, el climax de la película, Nada puede superar eso” me dije a mi mismo de manera ingenua. El doceavo fue un diez cerrado, Creo que vi un trozo de mi estomago flotando por ahí, tuve que sacarlo de ahí y volver a meterlo donde pertenece.
Y ese si fue el cierre del evento. Rompí un record. Doce vómitos en un lapso de aproximadamente cuatro horas y media. El anterior había sido ocho vómitos en un lapso de seis horas aproximadamente (¡Pffff!, cosa de niñas).
En fin ¿Qué tiene que ver eso con el dibujo? Nada en realidad, verán, compre unas micas de polipropileno hace unas semanas y hubiera empezado a hacer un nuevo esténcil ayer de no ser por la paliza que me dio Satanás. Hoy desperté con todo el cuerpo adolorido, como si cinco camiones me hubieran pasado encima. Pensé en cortar la mica transparente que estaba en el suelo de mi cuarto desde hace dos días, luego me quedé como idiota mirando mi reflejo que se hacía curvo y deforme cada que me movía.
Y así, me puse a hacer el dibujo, pensando en lo cool que sería tener LSD para justificar el decir “¡Esta súper viajadooooor!
Muy divertido eso de dibujar reflejos en micas de plastico, y más cuando se tienen discos interesantes por ahí.

3 comentarios:

Kuroi Tsuki dijo...

What tha Hell!!! al parecer acabas de pagar todas tus malas acciones en una docena de vomitandas. Eso apesta (literal e hipoteticamente) ojala no se repita.

Catcher dijo...

jaja, sí, bueno fue hace una semana, pero definitivamente El Señor me castigó de una manera única... Pero bueno, si lo piensas bien está más chido pagar todo el mal karma rápido en cuatro horas con un chingo de vomitos seguidos, a tener que andar pagando poco a poco en la vida diaria.

Franklin dijo...

Jajajaja no mames, como me has hecho reir, pintas un evento tan trágico de una forma tan cagada, me preguntó que podría lograr si fueras testigo de un suceso como el de las torres gemelas o el avionazo de Mouriño, o que tal el día en que Julián Becerril vino al mundo jeje.